Entradas

Mostrando entradas de marzo, 2005

En la clase

Un metro y medio más o menos. Seis baldosas. Dani. Una silla. Me flipan sus pelos, su cuello y su camiseta negra. Pero existen demasiadas cosas entre todo eso y yo: Un metro y medio más o menos, seis baldosas, Dani y una silla.

El muro

Rompimos el muro, bajamos la guardia. Ladrillo a ladrillo, con las manos, con los ojos, con los dientes. Muy despacio. El mismo muro que habíamos construido con tanto maldito cuidado y que nos hacía de frontera. La pared donde nunca hubo expresiones de afecto ni muestras de ingenio, nada. Sólo la engañosa transparencia de lo intangible. Pero nos atrevimos a arañar con los dedos entre sus juntas y lo vimos desintegrarse silenciosamente. Ni siquiera quedaron restos a nuestros pies de todo aquello.

Tu ventana era un balcón abierto al pabellón número siete

Dos horas. Dos horas como dos minutos o dos días, sin tiempo aparente. Dos horas delante de tu ventana sin pensar en nada concreto, sólo aliviándome de la necesidad de sentirte cerca. Dos horas mirando tus cristales, tu mesita. Imaginando que más allá estarían tus calaveras, tu armario, tu cama, tu ropa, tú.

Imprenta

Olía a papel. Un olor muy fuerte a papel brillante y a tinta de color naranja. Un olor raro, aséptico, muy agradable. Había también una mesa. Una gran mesa con una gran regla y un gran paquete de tabaco encima. Todo tan grande, tan grande y desproporcionado que me sentí como Alicia: pequeña, inundada, de repente cayendo por una catarata de agua salada que me salía de los ojos y que no podía detener. Roger en esos momentos era un polo rojo sobre una percha de huesos duros y tiernos delante de mí. Desearía ahora volver a sentir ese olor a papel y volver a tocar aquella mesa tan grande y la regla de un metro de largo o casi. Volver a ver el polo rojo a la luz del fluorescente y ofrecer un tesoro que hayan apretado fuerte mis manos por su amistad y por un abrazo de despedida como el de aquella noche.