Panfilitis

He aprendido a dar aviso
con ruiditos, con gestos bobos,
con palabras,
con rubores
(con soberana vergüenza, en realidad)
de que voy a romper a llorar
siempre un poco antes de que ocurra.

Es ésta una manera,
una manera mía
desgraciada y feliz al mismo tiempo,
de vacunarme contra la zanja
que abre el absurdo al margen derecho de mis pies.
Vacuna que actúa también
contra el pánico escénico en asuntos cotidianos.
Contra mí misma, la mayor parte de las veces.

Es éste un plan de lucidez muy flaco
que inventé yo sola un día.
No recuerdo qué día,
pero seguro fue uno de ingenuidad elevada al cubo,
de sensatez anémica
o de pleno derecho a la idiotez.

Algunos amigos —y eso siempre fue así, con los años nada cambia—
parodian esta resolución tan democrática,
válida sólo en mi propia república,
y se divierten.
No importa, yo los perdono porque los quiero.
Y porque sé que, de puro pánfila,
no hago más que merecer la burla.

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